Monday, April 2, 2012

Algo sobre la noche

Aún no sé qué es lo que pasa en el momento mágico en que cae el sol sobre la ciudad. Hay una milésima de segundo, un instante casi imperceptible, que libera todos los sentimientos humanos.

Llámalo naturaleza, llámalo psicología. Hay algo sobre la noche que la hace siempre especial. Desde fiestas y reuniones hasta silencios y soledades. Incluso sobre los lugares que nunca duermen se puede sentir la inminente presencia de la noche. Aleteando y despertando a las mentes inquietas. Y es que, quizás, la noche (y por ende la oscuridad) representa el momento más vulnerable a explorar; las verdades de la vida, los besos ocultos, las mentiras blancas y los significados trascendentales de la existencia.

Me niego a creer que haya una mente, una cabeza, pensante y racional que no desee conocer todo lo que ocurre tras la densa y pesada cortina oscura de la noche. Su olor es inigualable, único. Un solo paseo nocturno no basta para descubrir y comprender las maravillas que yácen bajo la, cada vez más, tenue luz de las estrellas.
Se requiere de una actitud o aptitud criminal, o ambas dos inclusive, y del más fuerte sentido del gusto para seguir el suave y leve rastro de la noche. Rastro que se te escapa de las yemas cuando estás a punto de alcanzarlo. El mismo rastro que te dejó morir en los brazos de Morfeo.
Existe solo un rastro de la noche y es siempre el mismo. El mismo que se burla de tí y de tu incapacidad de seguirle el ritmo.

En esta oportunidad la noche se comporta como la peor compañera de tango. Me engaña con su infinita atracción. Me susurra que me acerque más y cuando estoy cerca, siempre se da la vuelta rápido, dejando solo un retrato de lo que fue su aliento sobre mi cara.
No creo que sea posible explicar la rapidez con que actúa la noche. Ni tampoco cómo se posa sobre todos nosotros incendiándonos de curiosidad. Dormir mientras ocurre la noche parece ser la forma mediocre de lidiar con tal evento.

Muchos le tememos a la oscuridad y, a veces, me pregunto si realmente deberíamos. La noche parece desearnos suerte en los billones de viajes que emprendemos en las mañanas. Ella, siempre de un negro azulado que invita elegancia, nos llena de expectativas desleales que, de una forma u otra, terminan teniendo lugar en su misma mesa redonda.

Si hay algo seguro acerca de la noche es su inmensidad. Es ese infinito incierto el que le otorga magia y gracia a todo el juego. Porque sí, también estoy seguro de que es parte de un juego injusto entre razón y corazón que nos usa a cada uno como piezas móviles para cumplir con su propósito.
Entiendo que la noche se vista de amor para seducir, involucrar y desechar. Pero me rehúso a que, únicamente, me utilice y me deje bajo su vasta y clara penumbra.

Le exijo respeto y derecho. Respeto y derecho a participar en su juego místico. A la noche le demando que me exhorte de la mortalidad eterna y me entienda como igual. A la noche le pido que me reivindique como uno más de su travesía.