Tuesday, November 15, 2011

Página arrancada de un pasado próximo

16/Nov/11

Una voz quebrada en mi cabeza me repite, una y otra vez, la misma frase "no te hagas esto, no". Otro largo y frío día de otoño en el que no podía esperar más que llegar a casa para descansar y contártelo todo. Hoy me sentí más vulnerable que nunca, tan débil como aquel día. No te lo había dicho, quizás buscaba no preocuparte pero, las encontré en uno de los cajones. Las mismas, las mismas pastillas que había dejado allí hace unos años.

Me había negado a recordar, o tan sólo comenzar a pensar, dónde estaban. Pero siempre supe su ubicación. No tuve el valor para tirarlas a la basura, y mucho menos a tocarlas después de todo el daño que me habían hecho. A mí, a tí, a ambos...

Está empezando a llover, lentamente las gotas cortan el aire invernal de éste mes. Sé que no es lo que quieres oír en estos momentos, o leer en tal caso. Pero pensé que interesaría saber lo que está pasando ahora mismo. Seguro piensas mal de mi y te imaginas lo peor. La verdad es que no sé como decirte esto y al mismo tiempo siento que lo sabes todo desde la primera línea. ¿Hay algo que, realmente, tenga que decirte? ¿soy tan impredecible?... Creo que tú me conoces mejor.

Estaba tan cansado, asqueado y agobiado de todo, sí de todo. Hasta el pensar en tí y cómo te diría todo me ponía de mal humor... Destape las pastillas, y seguían ahí, inmóviles, como si nada hubiese cambiado. Pero yo no soy igual, sé que no. Me levanté y las llevé conmigo al lavamanos, era hora de terminar con ellas. Sin embargo, no pude. 
Me había quedado en blanco, tan blanco como ellas. Me costaba muchísimo trabajo tragar, estaba frío, helado, y me puse muy nervioso, tanto que comencé a hiperventilar. Fue en ese momento cuando más te necesité y tú no estabas ahí. No lo pude evitar más, me tomé tres sin pensarlo. No habían pasado cinco minutos cuando comenzaba a sentir el efecto de los químicos en el cuerpo. Quería culparte, por tu ausencia, no estabas para apoyarme cuando menos poder tuve sobre mí mismo.

Las volví a esconder, donde siempre, en el mismo cajón. Veía de un lado a otro, paranoico, como si hubiesen otras ánimas en mi habitación. Estaba sólo, y otra vez te culpo. Con la espalda apoyada en la cama miraba al techo y me imaginé como se abría y me daba paso a volar por el cielo oscuro lleno de estrellas. Sentía la lluvia empapándome la cara, cada gota tan helada como un cubo de hielo, pero el agua me acariciaba, estaba tan relajado, nada me importaba. Desde el suelo alcancé las pinturas que tenía y me empecé a pintar la cara, cada color era una gota de lluvia distinta, un sentimiento, una historia. No eran las pastillas las que me hacían más nervioso, era el hablar contigo, o escribirte, al menos. Tu presencia me intimida, sé que me has ayudado, pero te odio. No te aprecio porque me restringes, no me dejas ser yo, no me das libertad.

Me tiré en la azotea para tratar de respirar más fácil, el pecho me pesaba, se aceleraban mis pulsaciones, estaba tenso, preocupado por todo y nada. Sentí que el aire que respiraba me limpiaba por dentro y me hacía alguien nuevo, aún no sé si era cierto, me parecía un sentimiento, más bien, conocido. Ahora sé que era todo falso, una ilusión psicotrópica más. ¿Cómo era posible que en tan fría noche yo estuviese sudando? No lo entendía, estaba desesperado, apurado por salir de aquel trance en el que yo mismo me había metido. Por un momento me sentí listo para ir al cielo porque no sé si merezco estar aquí.

Angustiado y furioso cerré los ojos para evitar llorar de la impotencia, tan fuerte que me hacía daño. Sentía cómo me aferraba, involuntariamente, al suelo al que le era indiferente mi presencia. Me encontraba lleno de rabia, y ésta se debatía mi cuerpo contra el frío cruel que provenía del piso. Me quería arrancar la cabeza con una agresividad brutal. Ser brusco conmigo mismo era la respuesta a mis problemas, o eso pensaba yo. No podía hacer nada, no podía moverme. Mi cuerpo no respondía a mis órdenes, era yo quien le servía a él. No tenía control sobre nada, ni siquiera sobre mi propia vida.

Tirado en el piso me di cuenta de todo. Nunca había podido quererme, amarme, porque siempre me enfocaba en todo lo negativo, lo sucio, lo vil, lo detestable de este mundo. Era imposible contenerlas dentro por mucho más, las lágrimas comenzaron a bañar mi cara, pálida, y en ella se reflejaba la oscuridad peregne de la noche. Boquiabierto escuchaba cada latido proveniente de lo más profundo de mí y respiraba tan hondo que por un momento pensé que me tragaba al mundo de un sólo respiro.

Todavía bajo el efecto, creía comprender todo. Mientras esperaba a volver en razón, aún inmóvil y sólido sin poder moverme, aquel episodio me causaba una risa, tal véz, desquiciada. Había llegado a un punto en el que ni yo podía explicar o excusar lo ocurrido. Un día muy extraño y una serie desafortunada de eventos que me habían empujado a mis límites.

 Ahí, echado en la azotea, me rendía, totalmente, ante mi más grande enemigo... yo mismo.


[Al ritmo de Rain & Snow - Sam Amidon]

Thursday, October 13, 2011

Juegos místicos

Nunca me había puesto a pensar en la muerte. Realmente, nunca le había dado importancia ni mucha cabeza al asunto. Pero, si de algo estaba seguro, era de que sólo le temía a lo desconocido, a nada más.

Recuerdo haber dejado mi casa a las 11:45pm. No eran horas para salir a pasear y menos en un día de semana, me repetía esto, constantemente, a mí mismo, como si ello fuera a impedir mi escape. La carga de sentimientos que tenía encima no planteaba marcharse pronto, tenía que deshacerme de ella. Flotaba por calles desoladas, mi cabeza en un sitio y mi cuerpo en otro, en las que me era imposible encontrar un sitio de descanso, un punto medio, un balance. Pasaba una y dos manzanas, recurría a sentir en mis dedos, y explotando mis sentidos, la cadena que ataba mi cordura. De tal manera se paseaba el amuleto que era como si bailara, entre ellos, el waltz más bello. ¿Era demencia todo esto?, esta pregunta daría vueltas interminables por mi cabeza. No paraba de recordar, con melancolía y cierta angustía, su cara. El ser más espectacular que había conocido en mi vida. La odiaba y la amaba, ambas, o quizás ninguna, con furia.

Decidí irme hasta la plaza más cercana para sentarme a observar el mundo, pensando que así escaparía de mi tortura. Parecía que poco sabía yo del Señor Destino que, convenientemente, como una nube negra y la más densa atravesaba mi pecho para dificultar mi respiración. Me empezaba a costar trabajo tragar, podía sentir como se cerraba, poco a poco pero a paso firme, mi garganta. Si tenían algo en común, mi cuerpo y mi mente, era que los dos estaban en mi contra, lo que había hecho no tenía perdón. Ningún ser, racional, podría haber lastimado, de aquella forma, a la persona que más idolatraba entonces. La vida no tenía sentido... El temor que me invadía atraía, irónicamente, aquellas palabras sucias que en algún momento abandonaron el núcleo más profundo de mí. Pero la ira, tan roja como la sangre que llegué a llorar, me impedía decir que lo sentía. Peor aún, me impedía sentir remordimiento.

Escuchaba gritos descontrolados que me recordaban aquel momento de furia que vivimos los dos. Miraba mi reloj para comprobar que sólo habían pasado cinco o diez minutos, como mucho, pero estaba equivocado. La madrugada parecía  seguir a la medianoche con apuro indecente, eran las 2:10am y apenas estaba llegando a la plaza que me serviría de distracción, que liberaría mi mente. O al menos eso pensaba yo...

Me disponía a sentarme en el banquillo más cerca, me sentía débil. Me costaba el universo entero mantenerme de pie. Y no obstante a esto, la quietud, el sosiego de mi cuerpo, me causaba una ansiedad que consumía cada onza de mi energía.
Memorias frágiles de un pasado próximo me arrebataban, lentamente, mi buen juicio. Podía ver su cara, su tez lisa y continua me avisaba de su presencia. ¿Era posible que ella estuviese ahí? ¿esperando todo este tiempo a que llegase a la plaza y le propusiera una disculpa, falsa, que no sentía? Era verdad, sabía que le había hecho daño, pero no lo sentía. No me daba la más mínima lástima, sólo lamentaba la perdida de su compañía y a veces me preguntaba si esa era una de las características más inhumanas que yo tenía, extrañar la presencia y no la escencia.
Nada de lo anterior importaba, ella estaba ahí. Yo no estaba loco, de eso estaba seguro. Parada a lo lejos me hacía una seña de aproximación, no vacilé en levantarme y adentrarme a lo que podría ser la peor de nuestras batallas.

Una de las cosas que más me gustaba de ella, o de mi o de nosotros, era que podíamos comunicarnos, simplemente, dándonos miradas. Las palabras formaban parte de un recurso exhaustivo que nos parecía innecesario, y tal véz parte del problema. Aunque yo pareciese estar rindiéndome, la persecución no era más que la respuesta, tan añorada, a mi búsqueda por la clausura, por concluir con toda aquella maraña de inexplicaciones.

Sin decir nada, ella comenzó a acelerar el paso. Me mostraba, tímidamente y mediante sus ojos brillantes, que aún me quería, que no iba a darle a importancia a lo sucedido, que podíamos seguir siendo uno. Yo, indeciso, la seguía. Agitado, me intrigaba aquello que pudiese estar guardándose para sí. Por un momento, imaginaba nuestros labios rozándose y ello me traía una sensación exaltante.
Me extendió una invitación a su aventura, y yo me daba prisa para mantener su ritmo. Su mano, lisa y ligeramente aterciopelada, estaba helada, a una temperatura casi inmortal. Sin embargo, al tocarla me transportaba a otra dimensión, podía sentir como el peso de mi cuerpo se elevaba y me dejaba correr detrás de ella con una facilidad indescriptible.

Me soltó repentinamente y yo volvía a la realidad, pero seguía viéndola delante de mí, danzando como un ángel haciendo picardías en la tierra. Su inocencia me seducía, de tal forma, que mi mente no era ya parte del juego. Bajaba las escaleras y yo imaginaba que ella se desplazaba sobre ellas. No parecía, en lo absoluto, que estuviese poniendo esfuerzo, alguno, en transitarlas. Con la cabeza y la mirada me dejaba saber que cruzaríamos, ella me apuraba, quería que fuese a su lado, pero no podía ir más rápido. Levantaba el brazo para, por fin, tocarla de nuevo y en el segundo que cruzaba la plaza, cuando podía sentir las yemas de sus dedos, se desvaneció. Yo miraba a diestra y siniestra para comprobar, en mi desgracia, su ausencia. Era imposible. ¿A dónde había ido? ¿por qué me hacía esto?.
No fue necesario esperar mucho más para que yo cayese en cuenta. No había sentido dolor y todo pasó muy rápido. Un destello blanco y un aire frío que lograba incrustarse en mi piel.

Era obvio, ¿no?. Un juego místico y mortal por parte de mi imaginación, un mero espejísmo urbano...


Wednesday, September 14, 2011

Yuxtaposición de sueños

Ese invierno me encontré abordando, rápidamente, el medio de transporte privado más cercano. Una vez en él, le digo al chofer que me lleve, sin vacilar. Con la cara más seria me puse a total disposición de que hiciese de mi siguiente destino lo que mejor le pareciera.

Entre un sin fin de luces verdes, amarillas y rojas podía apreciar como nunca el alba. Sí, ese momento en el que la faz de la tierra comienza a vestirse de la luz natural más bella que haya visto alguna vez.
"¿Seguro que no tiene destino?" me pregunta, una vez más, el piloto del vehículo. "No" le respondo y continuo, con la cara pegada a la ventana del auto, disfrutando de la belleza implacable de la ciudad, de Madrid, aquel veinte de enero.

Las calles desoladas, hambrientas de tener almas inconscientes transitando por ellas, me informaban que mi presencia era, más bien, impredecible. ¿La hora? no tenía idea.
No pensaba en más que la vida y sus componentes más rebuscados. Pensaba, una y otra vez, en si todo y todos eran parte de mi mundo o si yo era una pieza más de ese gigante juego de ajedréz divido en cinco continentes.
El frío que traspasaba la ventana, arbitrariamente y como si ésta no estuviese allí para protegerme, se posaba sobre mi tez invadiendo cada célula de ella. Haciéndola más y más firme.

Bailaba, velozmente, frente antiguos palacios, palacetes y casas. La historia de la ciudad me embargaba, de tal manera, como si ésta quisiese transportarme con ella a años atrás. Como si quisiese mostrarme cómo se vivía en la Madrid de antaño.

Era el alba, esa primera luz del día, quien hacia de Madrid mi más preciado e íntimo pensamiento. Le podía llegar a dar tanta importancia a aquel momento que era increíble, incluso para mí mismo, pensar que todo era obra de un mero fenómeno lumínico. Un mero fenómeno, tan extraordinario, que, literalmente, ocurría cada veinticuatro horas, cada día y trescientas sesenta y cinco veces al año.

¿Cómo pudo ser posible que nunca le haya prestado atención antes? me preguntaba sin parar, una y otra vez. ¿Cómo no vi antes el espectáculo gratuito más bello?, ¿cómo no drisfruté de él? y por sobre todas las cosas ¿qué clase de persona era yo, que no veía la incrustada belleza en lo rutinario, en aquello que ocurría todos y cada uno de los dias de mi vida?

No había parado de debatir con mi propia mente cuando el vehículo se detuvo. Estaba cerca de casa, reconocía el lugar. ¿Habría sido posible dar vueltas por una hora y acabar en el mismo sitio?.
Me había perdido en la, impactante, imposición que tenía Madrid sobre mí. Al abrir la puerta, y poner un pie sobre el, frío, asfalto, supe que el abominable viento e inseparable silbido que azotaban la ciudad aquel invierno, reinaban sobre todo el territorio excepto en mí. Yo me encontraba en el estado más primaveral que pudiese existir.

Lentamente, me puse la mano sobre el corazón, y a través de mi camisa, disfruté de las mil pulsaciones por segundo que éste magnífico órgano me prestaba. Despreocupado, miré mi muñeca izquierda resignándome al, infalible, método de control social de mi sociedad.
Sin más, me dije en voz alta, animándome, que era hora de ir a casa. Otro camino que esperaba me entretuviese tanto como el anterior.

Friday, September 9, 2011

Jungla social abstracta

Los colores de aquel café brillaban con más intensidad cada segundo que pasaba. Los diversos grupos que habitaban el mítico lugar podrían bien pertenecer, sin más, al zoológico de la ciudad.
Miles de especies, con distintas culturas y valores, se juntaban para formar la más rica jungla social.

Adolescentes balbuceando sus más últimos encuentros y 'amores'. Sí, amores. Si es que es posible para semejantes seres, en desarrollo, comprender la profundidad de aquella palabra, de aquel sentimiento, de aquel estilo de vida.
Una pareja ejecutiva concebía imposible dejar de preocuparse por la, anticlimática, rutina del trabajo. No, aquello era imposible en un día feriado tal como hoy. La adicción que invadía sus cuerpos hacia los aparatos inanimados, en su presencia, era tal que sólo lograban comunicarse a través de miradas tímidas con el único propósito de buscar comprobar el progreso productivo de cada uno.

El jazz, que sonaba de fondo y cuyo objetivo era calmar a las alarmadas ánimas del lugar, pasaba a ser un objeto de entretenimiento para los que lograbamos encontrar la belleza en el observar, detenidamente, a dichos sujetos.

Pasaban uno, dos, tres minutos y no podía cansarme de mi tarea. Lentamente, entraba y salía gente del sitio, quien sabe si con o sin historias pasadas por alto por mi. Era increíble como ignoraban mi presencia y la documentación exhaustiva que llevaba de ellos. Todos inconscientes de que se encontraban bajo el telescopio de mi escrutinio.
Desprevenidos de tal forma, que ninguno de los presentes podría imaginarse que yo trataba de penetrar sus mentes intentando despojarlas de cualquier grado o nivel de privacidad. Si algo era cierto, era que sujeto que entráse en el café, sujeto que se convertiría, ante mis ojos, en el más mero objeto de estudio social. En su totalidad, perderían todo escudo de intimidad al poner pie en el sitio.

Sí, yo sabía que el chico de azul a la derecha daba vida y alma por recibir un beso de tan despampanante rubia. También era de mi conocimiento, que esta última lo deseaba, pero el compromiso moral y social, de tan concurrido lugar, se lo impedían. Ella estaba segura de que no duraría mucho tiempo sin ser detectada por los cientos de espías escondidos en cada teléfono móvil presente. El mío incluído, pues la conocía. Cualquier movimiento brusco, inesperado y acelerado ocuparía los próximos ciento cuarenta caractéres de mi red social favorita.

Decidido a cambiar de objetivo, me encontré escribiendo estas palabras y recordando lo mucho que disfrutaba escribir en papel, el movimiento de la mano sobre las páginas... Pero basta de mí, había encontrado a mi siguiente presa.

La morena de ojos verdes, probablemente de origen brasileño, esperaba impaciente por alguien. A diferencia de mí, en aquel momento, esta parecía uno mismo con su móvil y no paraba de mirarlo, levantando la mirada cada dos por tres para confirmar que, lamentablemente, seguía esperando por su cita. La había visto cuando entré al café, sabía que llevaba ahí, al menos, treinta y cinco minutos. Preocupada, se mordía el labio inferior, de una manera tan sútil que parecía sospechosa. Habían pasado otros veinte minutos y seguía allí, inmóvil, resignada a su destino.

Sintió su alma plantada. Decidió levantarse y actuar como si nunca estuviese esperando por alguien más. Dos cafés en la mesa, de los cuales uno estaba lleno, eran mi evidencia de aquello. Con la cara y la mirada enterradas en el piso salió del lugar lentamente, para mi sorpresa. Yo, en su lugar, me hubiese barrido de aquel sitio, de tal manera, que sólo la mente más atenta y astuta, pudiese haber detectado mi, rápida, huída.

Otra épica noche caía en la mítica ciudad de Madrid y yo me disponía a dejar el café, que sirvió de entrenimiento inesperado a mi imaginación. Al salir, miro hacia la terraza del sitio y allí estaba.
Ahí estaba la chica de los ojos verdes, que en aquel momento estuvieron llenos de lágrimas.
Sin titubear, me decidí a saludarla. Y es así como conocí a Juliana. El amor de mi vida...

Friday, August 26, 2011

Lucas, decidido [from Overlapped Stories, III]

Lucas admiraba los boletos de su reciente viaje a París mientras, en su pijamas, se tomaba un café echado en el sofá para despertarse y poner las neuronas a funcionar. Recordaba lo relajante que la había pasado solo. Siempre quiso hacer un viaje por sí mismo, sin acompañantes, para experimentar lo que sería pederse en una ciudad, conocer gente nueva y descifrar sus secretos.


Tuvo un leve remordimiento de consciencia por haberle mentido a sus amigos y que así no lo acompañasen en su aventura parisina. Lucas tragó fuerte, pensaba otra vez, pero, estaba decidido. Se paseó por su apartamento con la taza de café en mano y le cautivaba la belleza de aquel lugar al que, quizás, nunca le dio tanta importancia. Miles de recuerdos volaban velozmente por su mente despertando sentimientos que pensaba haber reprimido. Alegrías, depresiones, amores y desamores, todo quedaría pronto atrás.


Mientras cerraba las últimas cajas que poseían sus pertenencias, Lucas le prestó atención, una vez más, a la más pequeña de ellas. Esta tenía dentro un montón de cartas, ya escritas y selladas, cada una con un destinatario diferente. Leyéndolas con pasión, las revisó lentamente y suspiraba al finalizar cada una. Las puso a un lado, ya era hora de vestirse y había previsto estar fuera de casa en 15 minutos.


Una vez listo, Lucas se acercó a su gato, Bigotes, y lo acarició como nunca. Le llenó el plato de comida y se aseguró de que no le faltara agua ni alimento. Antes de voltearse lo miró fijo y le murmuró: “Todo va a estar bien, tú no te preocupes”. El gato, inocentemente, ronroneó y se dio una vuelta alrededor de las piernas de su dueño, demostrándole, de esa forma, su afecto.


Justo antes de salir de su apartamento, Lucas agarró su reproductor de música, comprobando su batería, y al tener en la mano derecha la fría manilla de la puerta le dio un barrido vistazo a su apartamento y a Bigotes, su fiel amigo. Con la mirada le dijo “Adiós”.


Lucas sabía que el camino entre su casa y la estación de metro no sería fácil. Había previsto aquello y se había tomado unas pastillas anti-ansiedad para evitar cambiar de opinión y acabar con el plan que tanto tiempo le había llevado organizar. Podía sentir en su cuerpo el efecto de las drogas que había ingerido minutos antes, dispersándose estructuralmente, llegando a cada rincón de él. Pero Lucas no vaciló, sabía que su voluntad era más fuerte y estaba seguro de que lo que hacía era por él mismo.


La calle debajo del número 22 parecía más viva que nunca. Habían millones de personas comprando, comiendo, paseando y disfrutando del día soleado de invierno. Lucas estaba seguro de que su decisión le haría daño a mucha gente. No se consideraba un hombre egoísta y sin embargo, no podía evitarlo. Era algo que debía hacer por y para él. Lo necesitaba.


La pareja de ancianos que paseaba lentamente a través de la calle sacó rápidamente de quicio a Lucas, pero la felicidad que llenaba los rostros de aquellos personajes le hizo olvidar su prisa, su motivo, su decisión, por un momento. Los admiró mientras pudo y se apresuró en pasarlos, este último movimiento no fue voluntario. Su cuerpo parecía moverse sin la autorización de su cerebro. Lucas temía perder el control, si algo era importante de esa decisión, era que había sido ello precisamente, una decisión de Lucas y de Lucas únicamente.


El miedo se apoderaba de él lenta pero continuamente y Lucas jamás había experimentado semejante sensación, nunca se había sentido de esa manera: tan débil, tan incapaz, tan inútil.


Seguía caminando, sin detenerse, adelantando a más de un par de personas con cada paso. Estos parecían no entender la prisa de Lucas, tenía un lugar en el que estar y no quería retrasar más el asunto. Podía ver la entrada de la estación de metro a la distancia, se apuró para dar los últimos pasos. Puso el pie derecho en el escalón de las escaleras mecánicas, pues gracias a su madre Lucas creía en las supersticiones, y mientras comenzaba a descender en ellas recordó repentinamente que fue justo allí donde le dieron su primer beso. “Paula”, suspiró, seguía descendiendo para pronto encontrarse al final de las escaleras y tropezarse, pero se reincorporó rápidamente dentro de la multitud.


Lucas comenzaba a titubear, por un momento no estuvo seguro de tener las agallas necesarias. Bajó al andén en donde iba a esperar el próximo tren y al llegar se encontró con que este estaba más lleno de lo normal. Mirando de un lado a otro, con los labios secos y la cara sudada, Lucas se sentía más vulnerable que nunca.


Sus sentidos se maximizaban, Lucas percibía las cosas como nunca. Empezaba a ver todo aquello a su alrededor más nítido, más claro, veía cosas que antes había dado por sentado; olía el aire estancado en los túneles del subterráneo, denso, cargado de una esencia con millones de historias en ella; saboreaba el café que se había tomado antes como si lo tuviese en la boca en ese exacto momento; el frío del suelo atravesaba la suela de sus zapatos y congelaba sus pies como si estuviese descalzo; por último, Lucas escuchaba un sonido que crecía con cada milisegundo, el tren se aproximaba a lo lejos, rápido y ruidoso, sus otros sentidos lo confirmaban.


Lucas estaba de pie al final de la estación, ahora veía la luz del tren acercarse en la distancia. Cambió bruscamente, sin vacilar, a su canción favorita. Estaba parado más cerca de lo normal del borde del andén. Sentía el viento, proveniente del túnel, soplar con una fuerza feroz contra su rostro, golpeaba su cara como una ráfaga inesperada. El tren se acercaba cada vez más, Lucas dio un paso. Titubeó tan rápido como un pestañeo de ojos, pero no había vuelta atrás, se arrimaba, peligrosamente, hacia el borde. Sabía que la gente lo miraba.


Al comenzar el coro de la canción, Lucas dio el último paso. Hubo gritos que se esfumaron a la distancia, todo había pasado muy lento. Le pareció que aquel momento había durado una infinidad, fue lo último que recordó. Su sufrimiento había terminado. No sentiría más. Todo se había acabado. Lucas se había suicidado el sábado 17 de marzo a las 2.30pm.

Mark, embriagado [from Overlapped Stories, II]

Un sueño extraño había despertado aquella fría mañana a Mark, veinteañero, profesional, de tez blanca, pelo rubio sucio y ojos color café. “Algo de luces blancas y trenes… Algo así” se repetía mientras se cepillaba los dientes antes de salir al trabajo, tratando de recordar lo que había soñado.


Esa mañana la ciudad era más caótica de lo normal y no le hacía gracia alguna a Mark, quien ya estaba de mal humor por un café hirviendo que se le había derramado encima antes de salir de su casa. Gente a diestra y siniestra comprando regalos de última hora. Era la mañana del 24 de diciembre.


Por el anormal estado navideño de semejante día, Mark encontró más bien problemático, el camino a su oficina, generalmente sólo era ocupado por profesionales apurados en llegar a sus destinos. Después de las usuales nueve estaciones en la Central Line del Underground, llaman su estación “The next station is Liverpool Street”. La masa de gente que entraba y salía al mismo tiempo del vagón, era una lucha involuntaria en la que Mark se vio atrapado y de la que, afortunadamente, logró escapar entre gritos que se quejaban por tener que esperar tres minutos y cuarto al próximo tren. “Vaya problema”, pensó Mark, cínicamente, aunque estaba seguro de que si hubiese sido él quien no se montara en el tren, estaría tan molesto o más que aquellos abandonados en el andén.


Llegar del punto A (las escaleras mecánicas que conectaban el subterráneo con la superficie) al punto B (la puerta de salida de la estación a la calle) se convirtió en una tarea que requería más que un par de cualidades físicas. Esa mañana Mark se tomó siete minutos en abandonar la estación, cuando en días ‘normales’ le tomaba como mucho unos dos minutos y medio.


El mundo parecía conspirar contra él. “Me cae café en el pantalón antes de salir de casa y ahora esto”, pensó. “Totalmente un complot del Cosmos”.


Y quizás así fue. Ese día un autobús double-decker pasó frente a Mark para salpicarlo con la lluvia restante de la noche anterior. Afortunadamente se había cambiado de traje (del color crema, sucio de café, al negro resistente a todo, lo que a su vez le evitó ser la burla matutina de la oficina).


En uno de los cruces peatonales de su camino, una moto, que salió de la nada, amenazaba contra la vida de Mark. Ahí se quedó, paralizado, sin decir nada ni moverse. Había, de alguna manera, aceptado el hecho de que iba a ser atropellado. Se imagino rápidamente a sus amigos visitándolo en el hospital, a sus padres trayéndole sopas hechas en casa y horas interminables de mala televisión. Todo pareció ser un flash de pensamientos pesimistas hasta que una chica, apenas más baja que él y con unos ojos azules embriagadores, le dio un halón de brazo para evitar que él fuera el triste titular de la sección de sucesos del periódico del día siguiente. Así que sí, definitivamente un complot de los Cosmos.


Mark había llegado sano y salvo a su oficina, aún pensando en la chica con los ojos azules embriagadores. Nunca había visto un azul tan azul, un azul en el que cualquiera, Mark estaba seguro de que por lo menos él, podría perderse. Se apuró en entrar al ascensor que casi pierde para encontrarse en una situación bastante fastidiosa. No sólo era un ascensor lleno con doce personas, sino que uno de los hombres que lo abordaba había decidido que sería buena idea leer plenamente el periódico como si estuviese en su casa un domingo echado en la silla más cómoda.


Un repentino “ting”, más estereotípico de ascensor imposible, dejó saber que estaban en el piso 7, el de la oficina de Mark. Éste logró escapar del ascensor después de varios incómodos “disculpe”, “perdone” y “con permiso”. Mark no había llegado a la oficina en sí y ya estaba de muy mal humor, en realidad, fastidiado por la desconsideración de la gente que lo rodeaba. “La estación, el ascensor”, pensaba, “¿qué se creen?”, murmuró entre dientes, pero recordó a la chica que le había salvado la vida minutos antes y sonrió, olvidó sus males por el resto del camino a su cubículo.


Mark había pasado el resto del día bastante bien. En realidad era un día ordinario, un día más de rutina. Repartía su tiempo equitativamente entre trabajar, revisar su correo y mirar por la mojada ventana cómo la gente caminaba sin darle importancia alguna a los demás a su alrededor, imaginándose historias ficticias que se desarrollaban justo allí, en la calle.

A la hora del almuerzo Mark bajó con Charlie y John al pub de la misma calle, donde los tres pidieron el menú ejecutivo, no tenían tiempo ni ganas de ver la carta completa y, mucho menos, de empezar con el fastidioso, pero seguro: “ Y la ensalada de huevo y calabaza ¿qué trae exactamente?” de Charlie, quien estaba obsesionado con la comida y sus componentes. “¿Por qué le pondrán ese nombre?, mejor es preguntar”, solía decir en cada ocasión.


Mientras comían, Mark le contó a sus amigos detalladamente lo que le había pasado esa mañana, haciendo hincapié en el cuento de la chica de los ojos azules. Lo hizo con tanta pasión que, inevitablemente, estos se rieron de él. Charlie por poco se ahoga con las patatas fritas del plato, desdibujando rápidamente una sonrisa burlona y John simplemente evitó verlo directamente a la cara para no reírse descaradamente.


Pasados 45 minutos después del almuerzo y de vuelta en la oficina, Mark decidió bajar corriendo por un té, no estaba seguro de poder quedarse despierto por el resto de la jornada sin este. Estaba listo para regresar a su trabajo, ya había pagado su usual Chai Tea Latte y esperaba por él cuando de la nada, ahí estaba. Ahí estaba ella. La chica de los ojos azules embriagadores, justo en el mostrador pidiendo un “Tall White Mocca por favor”, Mark se rió, pues esta era una de sus bebidas favoritas.


Mark era de aquellos que no encontraban el valor de hablarle a un completo extraño. Pero para Mark, ella no lo era, después de todo lo había salvado de casi ser atropellado. “La conozco, ¿no?”, se repetía a sí mismo para ganar confianza. Había pasado minuto y medio. Seguía frío, con la mente en blanco, no podía pensar en nada. “Una excusa, algo…”, vacilaba en su mente, mientras le exigía a sus labios moverse y decir algo apropiado. De una u otra forma tenía que hablarle, le pasaría por al lado al salir y sería: primero, muy maleducado de su parte no decir siquiera “gracias” y segundo, patético, simplemente ignorarla, cuando él sabía que ahí había algo más.


“Chai Tea Latte para Mark”, llamó el chico que entregaba las bebidas. Mark lo recogió y armándose de valor se dirigió hacia la salida, hacia ella…


Respiró hondo y tímidamente dijo: “hola”. Vaciló un poco con una sonrisa mínima, pero presente: “¿Trabajas por aquí?”.


La chica de los ojos azules giró la cabeza y con asombro, pero contenta de lo sucedido, respondió: “Isabella”, extendiendo la mano para presentarse, “y sí trabajo en ese edificio, en la Torre de allá, en el piso 15", apuntando al edificio de trabajo de Mark.


Mark todavía no podía creerlo, no lo superaba. Se presentó rápidamente así mismo y se quedó frío por un momento, sorprendido porque Isabella trabajaba en su mismo edificio y embriagado por sus ojos y belleza. Nunca la había visto, no entendía cómo podía ser posible. Ahora que podía verla mejor, sin el apuro ni el peligro de ser casi atropellado, pudo detallarla en una milésima de segundo, pelo marrón claro liso, piel blanca tostada, porte clásico pero contemporáneo, con una inteligencia que se desbordaba por sus ojos.


“Yo también”, se apuró Mark, “ehh… yo también trabajo ahí, pero en el piso 7”. Isabella asintió amigablemente y Mark, sin más, le propuso: “¿te gustaría tomar un café…”. Se rió porque ambos tenían sus bebidas en las manos en ese instante. “… Es decir, otro, hmm esta tarde, a las 6 quizás?”. Mark podía sentir su corazón latiendo tan fuerte que le daba pena pensar en las demás personas a su alrededor que tal vez podrían estar escuchándolo.


Isabella sonrió y sin rodeos le respondió “Sí, sí, me parece genial”. Lo miró una vez más afirmándole que estaría allí a las 6 y tratando de dejarle saber lo que ella pensaba sin tener que hablar. La chica se veía contenta, emocionada, feliz. Se despidió con un “bueno, hasta entonces” y se volteó dejando sólo el rastro de su perfume. Un olor que Mark nunca más podría olvidar.


Al subir a la oficina Mark estaba en otro planeta, todo le parecía genial. La vida le sonreía, era otro hombre. John le preguntó por los próximos 30 minutos que le había pasado abajo y por qué la cara risueña, si alguien había puesto algo en su té o si había consumido algún tipo de sustancia alucinógena.


Mark le respondió: “creo que estoy casi enamorado”.

Charlie, que ya se había unido a la interrogación a Mark, le preguntó: “¿como diablos podrías estar ‘casi’ enamorado”.


“Estás o no estás, así de simple” agregó John.

Mark los ignoró y sólo les sonrió por el resto del día, esto le cayó bastante bien a los dos amigos, quienes habían tenido que lidiar con el mal humor de Mark esa mañana.

Las agujas del reloj parecían no querer dar con las 5 de la tarde para que Mark pudiese recoger todo lo más rápido posible e ir a encontrarse con Isabella. “Bella” suspiraba y se repetía a sí mismo.


“Toc” dieron las 5pm. Mark se levantó como nunca de su escritorio y estaba listo para irse. En lo que se puso de pie su jefe lo llamó con un movimiento de mano desde su oficina y le pidió ayuda para entender mejor el nuevo software con el que estaban trabajando y el cual Mark había sugerido para la oficina dos semanas atrás. Lo ayudó y resolvió todas sus dudas en un tiempo récord de 15 minutos. Al salir del cubo de cristal, que tenía como oficina su jefe, tropezó con el cable, mal colocado, de una impresora que cayó ruidosamente en el piso, causando un desorden que no podía ignorar. Se quitó su bolso y el saco, poniendo todo en orden. Hoy no quería que nada saliera mal. No le importó gastar otros 20 minutos en ello. Tenía suficiente tiempo.


En el camino de la oficina al vestíbulo del edificio, Mark se preguntó si Isabella hablaría francés. Él tan sólo podía balbucear unas palabras que había aprendido en los últimos dos años de la universidad, pero siempre había querido conocer a una chica así de hermosa, inteligente y con pasión por otras lenguas.


Mark salió de la oficina y su reloj marcaba las 6:40, se preocupó. Repentinamente el mundo parecía venirse abajo, pero tan rápido como vino esa preocupación, así se fue al recordar que nunca lo había cambiado desde que terminó el horario de verano, entonces eran las 5:40, todo estaba en orden. El universo no se iba a acabar.


Empezó a caminar rápidamente para llegar a una librería que quedaba a cinco minutos, entró y compró una libreta que ya había tenido en mente por un par de meses, con un mapa de París. Pues siempre había querido comprar una, para poder compartir los lugares y cuestiones de interés con alguien especial. Mark se despidió del cajero con un “Merci” y una sonrisa. Corrió de vuelta al café donde había quedado con la chica de los ojos azules embriagadores, quería escoger una mesa estratégica lejos del ruido y de la gente pero lo suficientemente iluminada como para poder apreciar en su totalidad la belleza de Isabella.


“Isabella”, exclamó Mark, levantándose y moviendo una silla para que esta pudiese sentarse. Sus ojos azules habían iluminado todo el café. Ni la oscuridad más oscura podría opacar ese brillo radiante.


“Mark”, asintió la chica con la cabeza y con un tono de voz que Mark describió como “único y cautivador” a sus amigos el día siguiente.


Después de un rato de formalidades, Mark se había desecho el nudo de la corbata y acercado hacia Isabella. Ella le confesó: “Me encanta París, a veces no sé con quien hablar de ella, aunque debo admitir que soy muy Londres”, haciendo énfasis en “Londres”. Mark no hallaba palabras para decirle que el se sentía de la misma manera, pero creyó que sus asentimientos de cabeza fueron lo suficientemente marcados como para dejar ese punto claro.

Se acercaba la noche y ellos seguían ahí, en el café.


Mark e Isabella hablaban como si se conociesen de años. Las calles estaban desoladas, probablemente todos estaban en sus casas teniendo cenas navideñas, pero la pareja seguía ahí, interesados uno en el otro, con una intensidad especial.

Finalmente la luz de toda la atmósfera había tocado su punto perfecto, pues era de noche pero aún se podían apreciar las figuras de la calle sin necesidad de luces.

En pleno crepúsculo Mark decidió tomar a la chica de los ojos azules embriagadores de la mano.


“Isabella”, le dijo, aclarando su voz un tanto nervioso pero seguro, por primera vez en mucho tiempo, de lo que hacía.

“Bella je t’aime”.


La chica sonrió lenta, pero instantáneamente, y acercándose a él le susurró al oído:
"Mark, moi aussi je t'aime"
.

Era cierto. Todo lo que había escuchado alguna vez era verdad.
El amor sí existía.

Laura, inmóvil [from Overlapped Stories, I]

El tren de las 10:47 de esa noche empezaba a disminuir la velocidad y Laura podía sentirlo. Lo sentía aunque estuviese intentando dormir, más que eso, descansar, vaciar la mente… Pero no podía dejar de pensar, su cerebro seguía funcionando a toda máquina contra la voluntad de su cuerpo.


Laura inevitablemente se encontró recapitulando todo lo que había hecho ese día. Había estado por cuestiones de trabajo en Liverpool con su jefe, el Sr. Peterson, y otros compañeros de la oficina. Pensaba en todos los pueblos que había pasado en el tren de ida y vuelta; en sus habitantes, en las miles de historias que existían detrás de cada uno. Pensaba en ellos, en el grupo de amigos veinteañeros que planeaban a toda voz su próximo viaje a Cannes, los imaginaba en un catamarán disfrutando al máximo del clima del Sur de Francia, del vino, del mar, de la vida. Pero nada de eso importaba, Laura se recompuso mentalmente, pues comenzaba a sentir emociones encontradas floreciendo, y se animó al pensar que faltaban, como mucho, 20 minutos para llegar a su casa después de un día verdaderamente largo.


Un movimiento algo brusco y un sonido agudo, ensordecedor, llamó la atención de la delgada mujer, haciéndole abrir sus ojos verdes, perforadores, de golpe y despegarse por completo de la ventana del tren. La gente alrededor de Laura comenzó a girar cabezas y a preguntarse, sin hablar, pero con miradas misteriosas, qué ocurría. Todos sabían que definitivamente esta no era la siguiente parada, era muy pronto, apenas habían dejado la estación anterior.


Sin embargo, ninguno dentro del vagón pudo hacer nada. La imponente neblina había estado más densa que nunca aquel 23 de noviembre e imposibilitaba a cualquier mirada curiosa, saber lo que pasaba fuera, ser satisfecha. Después de dos abrumadores e impacientes minutos, el conductor del tren decide hablar con una voz cordial y falsamente serena: “Señores pasajeros, en nombre de la compañía lamento informarles que el tren ha sufrido una pequeña falla técnica, debido a la inesperada lluvia de esta noche. En breve continuaremos con el viaje”.


Esto último no le hizo gracia a Laura, por decir poco. Sentía frustración, estaba tan cerca, pero tan lejos, de llegar a su lugar de descanso; tan cerca, pero tan lejos, de acabar con ese día. “Media estación, media estación”, pensó Laura, a su vez sacudiendo con un movimiento de cuello la impaciencia, el agobio y el cansancio que reinaban sobre ella.


Al cabo de 13 minutos y 47 segundos (su impaciencia había encontrado un placer bizarro en contar el tiempo) el tren comenzó a moverse. Sin querer, se quedó dormida por los 18 minutos restantes de su viaje. “Watford Junction”, llamó el conductor. Laura lo escuchó concientemente, pero no parecía estar en capacidad de abrir los ojos, levantarse y abandonar el tren. Las puertas del vagón se abrieron rápidamente para dar paso a una inclemente brisa fría, helada, más bien. El viento se empezó a repartir por el vagón precipitadamente, invadiendo primero sus tobillos. Laura se levantó de un salto, se apuró a través del pasillo para salir del tren, justo antes de que inevitablemente se volviesen a cerrar sus puertas. Casi pudo sentir la punta de su blazer atascada en ellas, pero la prisa con la que dejó el tren no le permitió pensar mucho más en ello. Se sentó en uno de los banquillos del andén mientras sacaba su bufanda y guantes de la cartera. Además, Laura necesitaba recuperar el aliento por lo rápido que había abandonado el tren.


La caminata atravesando la estación de tren le parecía eterna a Laura, los pasillos se alargaban con cada paso que daba. El aire frío corría libre y desencadenado, soplando fuerte hacia ella cuando Laura menos se lo esperaba. Con los brazos cruzados contra su cuerpo sujetaba su abrigo para no exponerse a la intemperie. Caminaba rápido, sus tacones parecían perforar sus talones con cada paso. No podía más con su alma, el cansancio se apoderaba de ella, le impedía seguir unos minutos más, unos minutos en los que estaría en casa. Apresurándose, vio la luz de su edificio, Laura sentía alivio, aunque sabía que debía batallar los últimos pasos hasta echarse en su cama. Una, dos, tres cuadras. Laura lo había logrado. Abrió la puerta de su apartamento en el 2do piso para quitarse los zapatos en la puerta, fue lo primero que hizo.


Siguió por el corredor, giró a la izquierda y se sentó en el sofá, el cual notaba más frío de lo normal, pero no le quiso dar más importancia, una voz lejana en su cabeza le decía: “Quizás una ventana abierta, algo con una explicación lógica, obviamente”. Todo a su alrededor le parecía un poco más blanquecino, se imaginó que sería por lo exhausta que estaba. Reposó la cabeza hacia atrás y sentía que estaba contra una pared desnivelada, de ladrillos tal vez. Esto último le pareció bastante extraño. Decidió dejar pasar todo e inactiva se dijo a sí misma: “En cinco minutos me voy a la cama, sólo necesito esto, cinco minutos, cinco minutos de tranquilidad”.


Laura abrió los ojos lentamente y una luz blanca, cegadora, le impedía incorporarse pronto a la realidad. Le parecía estar frente a un reflector. Estaba desconcertada, confundida, preocupada. Al tener los ojos completamente abiertos se quedó perpleja, paralizada, no podía creerlo. Le causaba risa y rabia e impotencia al mismo tiempo. Pensó: “Cómo podía habérsele ocurrido semejante…? Pero, estaba tan casada, muerta casi”. Laura no se había movido. Seguía ahí. Quieta, inmóvil, en el banquillo en el cual había decidido ponerse su bufanda y guantes. Atravesar la estación, caminar las tres cuadras, llegar a su casa, quitarse los zapatos, echarse en su sofá… Todo había sido un sueño.

Tuesday, June 14, 2011

Un recuerdo, mil emociones...

El pasado, figura abstracta frágil...
¿Podría algún día dejar de pensar en el "pasado"?
¿En los recuerdos?
¿Son ellos de verdad parte del pasado? Bueno, todo es relativo ¿no?
Pasado, pasado, la palabra parece negativa...
¿Tiene acaso esa connotación y no lo sé?
Siempre queremos olvidarnos del pasado, mirar hacia el futuro...
Pero, ¿qué guarda el futuro?
Si el pasado está lleno de emociones, emociones juntas y en consecuencia
Mostrándole a mis sueños las partes bonitas de la vida, las partes de las que, muchas veces, me he olvidado
Sí, no es bueno aferrarse al pasado. Pero, ¿recordarlo?
El pasado para mi, guarda mucho
Mi hogar, mi comida favorita, lágrimas, sonrisas, cumpleaños, amor...
Si bien hay destinos diferentes, tambíen los hay pasados, pero creo en una cosa:
Aprender, aprender de todo lo que nos pasa
Creo en no darse por vencido y seguir adelante, frente en alto
Lo que no nos mata, sólo puede hacernos más fuertes

Del pasado escojo: una ciudad, una canción, un día y un momento
Un recuerdo, mil emociones
...

"... nuestra historia reciente escrita por corazones impacientes"
2lts

Sunday, March 27, 2011

veintiocho.de.marzo, algo abstracto. (ESP)

Esta vez,
quiero oir lo que me dice el viento
para que seamos honestos...

Hoy te busqué y atravesé un puente
para encontrarme en un lago
un lago lleno de naturaleza
Donde encontré tu nombre...

La eternidad, esa desapareció
Y la existencia de ella se resume en buenas y malas épocas,
un canto, un tango y un amor que tú eres
con una extraña fuerza de atracción

El pensamiento más profundo que se tiene,
¿emoción o razón?
Lo que sé es que sin ti estoy muerto
Porque eres parte de cada segundo, cada minuto, cada hora

Lo que pasaría si nos escapamos un rato
En ese momento se mezclan soledad y nostalgia,
pero crean una historia con sonrisas rápidas
Proclaman buenos y malos aires, se analizan contando sus tiempos

¿Y si me atrevo a ponerle un nombre?
Sería usar señales para renombrar lo nombrado, algo inútil
Pensando en alto y bajo llamé tu nombre, para no escuchar nada del infinito...

La continuación se expandió por los espacios
Si la admiración se basa en la irrelevancia,
Prefiero contar y no admirar
Y la pasión, aquella línea divisora de dolor y alivio
dibujó en mi espalda formas significantes.

La vida, lo que más amo en este mundo,
es nuestra historia para siempre.

march.twentyeighth, kind of abstract. (ENG)

Nothing compares to today,
the moment,
right here, right now...
Some and most choices we make for ourselves,
but do we ever make choices for the ones we love?
This time is the last time, then, then I am over you

I would just like to hear your voice
Did I waste too much time?
Did you make up your mind?
Searching for love,
and I have got enough hope

Do you want to see it?
The place where I was free?
Or could this be our last dance?
In my mind I have been there,
and there is no one there but me
Could we love each other?
One wish to fly the heavens
and one you are saving for a rainy day...

Love, love is like sunset
while I am looking at the sky,
I realize you just like the attention
And although I still want someone like you
I just want to you to say what you need to say
Say what you need to say...

All we have is the present,
remember the past and
expect the best for the future...

Saturday, February 19, 2011

60 segundos: para todo.

Cuatro y cincuenta y cinco

Corazones latiendo
Esencias
Luces
Un brillo
Quizas un destello de más allá
Love like sunset
Sesenta segundos pueden cambiarte la vida, cambiarme
Uno, dos, tres...
Right where it started
Arena y olas
Luna y estrellas
Febrero, dos mil diez
Blanco y negro
Eso es, sólo un minuto del día

Y ya el reloj marca las cuatro y cincuenta y seis...

Tuesday, January 25, 2011

nostalgia:de:enero.

Siempre en mi mente...
Y es en la noche cuando más te pienso
"El humo del café que nos detiene a veces"
Qué lejos te siento
Me entero de que esto se llama nostalgia
No la conocía, ni la imaginaba
Tantas historias, tantos recuerdos...
"Aunque me duela el corazón y me dé miedo"
Lo que se tiene será siempre inigualable
Un beso de tu aire fresco y ligero
Un día para decir: je t'aime...
Libre, te quiero
Nunca pensé te extrañaría, pero no sabía que te tenía...
La consciencia de tu existencia
Lo que conllevan las nueve letras
Tu cacao...
Es que eres perfecta
"Sonrisa criolla"
Vaya tiempos
Tu vida, tu arte
Llamas con buenas y malas noticias
Y te quiero,
Venezuela.