Wednesday, April 24, 2013

El viento vil

El viento, vil, golpea fuerte las ventanas
Esa que quedó escueta
Esa que se vio muerta

El viento, vil, roza las danzantes palmas de la orilla
Te saludan, te invitan
Te ruegan una visita

El viento, vil, trae consigo mi deseo
El beso, la caricia
El juego eterno

El viento, vil, empuja el temor
La solitud, la ausencia
El silencio de un beso

El viento, vil, reclama su atuendo
Esa noche estrellada de enero

El viento, vil, pide respeto
A tí y a mí
Que le demos un tiempo

El viento, vil, ególatra.

Sunday, February 17, 2013

Pieza sin número

Compleja noche liberante
Densa y triste, atractiva
Hartante, tiesa, permanece

Abierta y con un esbozo su belleza
Círculos cerrados en forma magnética
que llaman a la fiesta

En ritmos te pienso
Con movimientos estáticos
que van y vienen, se quedan

Negar su apariencia, impensable
María Antonia escuché te llamaban
sobre los rascacielos de aquel campo

Con la falda en una mano y la vida en otra
en las calles del malecón
esperabas tu perla

Quien supiese de tu aversión social
Callada se queda
la bota que pisó tu pelo

Andando te fuiste y volviste
por tu pedazo de tierra
que quieta te aguardaba.

Wednesday, September 26, 2012

observaciónpura:sayulita


La noche se apodera de mí. Con los pies clavados en la arena helada miro al horizonte, vacío, frío, oscuro, presente.  Hay un susurro que abanica mis oídos, me pregunto si el mar trata de contarme algo. Escucho el vaivén poderoso de las olas que bailan sin dar descanso. Todo lo que veo es negro, o azul, o una mezcla de los dos. Apenas logro distinguir las líneas y formas que se esconden en la noche. Ella, llena de lo desconocido me invita, me atrae, me hace sentir débil y vulnerable.

            El ruido del mar es constante, pero incomprensiblemente, no me molesta. Más bien me calma, me relaja. No hay nadie ni nada alrededor, sólo sé que no sé nada, sé todo lo que no sé. No puedo entender cómo este lugar guarda tantos secretos, tanta información en tanta penumbra. Presto especial atención a mis pies que empiezan a congelarse, supongo que es por el frío asomo del agua que los acaricia, tengo cinco segundos de descanso y me ataca otra vez. El agua vuelve, va y viene, siempre presente.

            Me doy cuenta de que no estoy solo. Hay algo que me acompaña, es un ánima tenue que proviene de las pocas estrellas que quedan sobre el cielo. Sí, son pocas. Pero brillan fuerte, y no me dejan caer en la eterna soledad que me planta la noche. Además, y como si fuese poco, toda la esfera se viste de gala para asistir al baile de la única música que se escucha, el canto de las gaviotas paseándose por la orilla del mar.

Tuesday, June 12, 2012

Dame un trago de Siete

Sigue siendo lo mismo
La misma que sentí
Me llama fuerte y claro, me desplazo
Constante como una atracción molecular
en una galaxia triangular
de espacios cósmicos que se mueven en nuevas dimensiones
Nuevos alientos que despiertan a la ciudad

Rápida y feroz, atractiva y peligrosa
Graves silbidos que tantean mi soledad
La calma de soñar lo más incierto, volando en fluorescente
Saber que no es Buenos Aires, ni Río, ni Montevideo, ni Paris, ni Londres
Mezcla única, y sin igual, de barro y concreto
con la posibilidad de enamorarte en más de una ocasión
de la más perfecta ciudad

La falta de hambruna del zar del Caribe
que frente al mar despoja a sus visitantes de toda intimidad
Despojándome de mi más arraigada natalidad
e impregnando sus calles de cantos galácticos
y elogiando, sensualmente, a seres que no existen
caen rosas sobre sus habitantes que la embriagan
Sí, esta ciudad te invita un trago

Admiración por su eterna juventud, intocable
El cañon da fuego para acabar con ella
te engaña y se ve rota, desgastada guarda el secreto
Conocer lo que trama y no entenderla
quererla y que no se deje
Miles de niveles, avanzas y no la salvas
Abstracta, así es mi ciudad

Ella se posa sobre tí cuando menos lo esperas
su visita arbitraria y repentina te contenta
se construye un hato en tu mente y te roba de tí
Es quien, incontrolablemente, muerde tus labios cuando la piensas
quien te vuelve daltónico para que aprecies su, mística, realidad
Realidad irreal que se transforma y evoluciona en los monstruos más reales
Esta ciudad te ciega para que sueñes con ella

Ella te deja querer, poder, hacerla tuya
Te recuerda el trato intangible e invisible que hicieron
y se viste de naturaleza para ir a cenar contigo
porque en la noche cambia, es atrevida y cómoda
y fluyen nuevas ideas y nuevas palabras
y nuevas luces y nuevas rutinas
Rutinas quebrantables por el dinamismo bello de ella, de esta ciudad

La odio porque me hace
La odio porque le pertenezco
La odio porque la escucho risueña
La odio porque me desnuda
La odio porque me ha quitado lo que más quiero
Sobre todo la odio porque la entiendo
Y, entonces, me vuelve a enamorar como si fuera la primera vez


(09 El Dandy - Trujillo)

Monday, April 2, 2012

Algo sobre la noche

Aún no sé qué es lo que pasa en el momento mágico en que cae el sol sobre la ciudad. Hay una milésima de segundo, un instante casi imperceptible, que libera todos los sentimientos humanos.

Llámalo naturaleza, llámalo psicología. Hay algo sobre la noche que la hace siempre especial. Desde fiestas y reuniones hasta silencios y soledades. Incluso sobre los lugares que nunca duermen se puede sentir la inminente presencia de la noche. Aleteando y despertando a las mentes inquietas. Y es que, quizás, la noche (y por ende la oscuridad) representa el momento más vulnerable a explorar; las verdades de la vida, los besos ocultos, las mentiras blancas y los significados trascendentales de la existencia.

Me niego a creer que haya una mente, una cabeza, pensante y racional que no desee conocer todo lo que ocurre tras la densa y pesada cortina oscura de la noche. Su olor es inigualable, único. Un solo paseo nocturno no basta para descubrir y comprender las maravillas que yácen bajo la, cada vez más, tenue luz de las estrellas.
Se requiere de una actitud o aptitud criminal, o ambas dos inclusive, y del más fuerte sentido del gusto para seguir el suave y leve rastro de la noche. Rastro que se te escapa de las yemas cuando estás a punto de alcanzarlo. El mismo rastro que te dejó morir en los brazos de Morfeo.
Existe solo un rastro de la noche y es siempre el mismo. El mismo que se burla de tí y de tu incapacidad de seguirle el ritmo.

En esta oportunidad la noche se comporta como la peor compañera de tango. Me engaña con su infinita atracción. Me susurra que me acerque más y cuando estoy cerca, siempre se da la vuelta rápido, dejando solo un retrato de lo que fue su aliento sobre mi cara.
No creo que sea posible explicar la rapidez con que actúa la noche. Ni tampoco cómo se posa sobre todos nosotros incendiándonos de curiosidad. Dormir mientras ocurre la noche parece ser la forma mediocre de lidiar con tal evento.

Muchos le tememos a la oscuridad y, a veces, me pregunto si realmente deberíamos. La noche parece desearnos suerte en los billones de viajes que emprendemos en las mañanas. Ella, siempre de un negro azulado que invita elegancia, nos llena de expectativas desleales que, de una forma u otra, terminan teniendo lugar en su misma mesa redonda.

Si hay algo seguro acerca de la noche es su inmensidad. Es ese infinito incierto el que le otorga magia y gracia a todo el juego. Porque sí, también estoy seguro de que es parte de un juego injusto entre razón y corazón que nos usa a cada uno como piezas móviles para cumplir con su propósito.
Entiendo que la noche se vista de amor para seducir, involucrar y desechar. Pero me rehúso a que, únicamente, me utilice y me deje bajo su vasta y clara penumbra.

Le exijo respeto y derecho. Respeto y derecho a participar en su juego místico. A la noche le demando que me exhorte de la mortalidad eterna y me entienda como igual. A la noche le pido que me reivindique como uno más de su travesía.

Tuesday, November 15, 2011

Página arrancada de un pasado próximo

16/Nov/11

Una voz quebrada en mi cabeza me repite, una y otra vez, la misma frase "no te hagas esto, no". Otro largo y frío día de otoño en el que no podía esperar más que llegar a casa para descansar y contártelo todo. Hoy me sentí más vulnerable que nunca, tan débil como aquel día. No te lo había dicho, quizás buscaba no preocuparte pero, las encontré en uno de los cajones. Las mismas, las mismas pastillas que había dejado allí hace unos años.

Me había negado a recordar, o tan sólo comenzar a pensar, dónde estaban. Pero siempre supe su ubicación. No tuve el valor para tirarlas a la basura, y mucho menos a tocarlas después de todo el daño que me habían hecho. A mí, a tí, a ambos...

Está empezando a llover, lentamente las gotas cortan el aire invernal de éste mes. Sé que no es lo que quieres oír en estos momentos, o leer en tal caso. Pero pensé que interesaría saber lo que está pasando ahora mismo. Seguro piensas mal de mi y te imaginas lo peor. La verdad es que no sé como decirte esto y al mismo tiempo siento que lo sabes todo desde la primera línea. ¿Hay algo que, realmente, tenga que decirte? ¿soy tan impredecible?... Creo que tú me conoces mejor.

Estaba tan cansado, asqueado y agobiado de todo, sí de todo. Hasta el pensar en tí y cómo te diría todo me ponía de mal humor... Destape las pastillas, y seguían ahí, inmóviles, como si nada hubiese cambiado. Pero yo no soy igual, sé que no. Me levanté y las llevé conmigo al lavamanos, era hora de terminar con ellas. Sin embargo, no pude. 
Me había quedado en blanco, tan blanco como ellas. Me costaba muchísimo trabajo tragar, estaba frío, helado, y me puse muy nervioso, tanto que comencé a hiperventilar. Fue en ese momento cuando más te necesité y tú no estabas ahí. No lo pude evitar más, me tomé tres sin pensarlo. No habían pasado cinco minutos cuando comenzaba a sentir el efecto de los químicos en el cuerpo. Quería culparte, por tu ausencia, no estabas para apoyarme cuando menos poder tuve sobre mí mismo.

Las volví a esconder, donde siempre, en el mismo cajón. Veía de un lado a otro, paranoico, como si hubiesen otras ánimas en mi habitación. Estaba sólo, y otra vez te culpo. Con la espalda apoyada en la cama miraba al techo y me imaginé como se abría y me daba paso a volar por el cielo oscuro lleno de estrellas. Sentía la lluvia empapándome la cara, cada gota tan helada como un cubo de hielo, pero el agua me acariciaba, estaba tan relajado, nada me importaba. Desde el suelo alcancé las pinturas que tenía y me empecé a pintar la cara, cada color era una gota de lluvia distinta, un sentimiento, una historia. No eran las pastillas las que me hacían más nervioso, era el hablar contigo, o escribirte, al menos. Tu presencia me intimida, sé que me has ayudado, pero te odio. No te aprecio porque me restringes, no me dejas ser yo, no me das libertad.

Me tiré en la azotea para tratar de respirar más fácil, el pecho me pesaba, se aceleraban mis pulsaciones, estaba tenso, preocupado por todo y nada. Sentí que el aire que respiraba me limpiaba por dentro y me hacía alguien nuevo, aún no sé si era cierto, me parecía un sentimiento, más bien, conocido. Ahora sé que era todo falso, una ilusión psicotrópica más. ¿Cómo era posible que en tan fría noche yo estuviese sudando? No lo entendía, estaba desesperado, apurado por salir de aquel trance en el que yo mismo me había metido. Por un momento me sentí listo para ir al cielo porque no sé si merezco estar aquí.

Angustiado y furioso cerré los ojos para evitar llorar de la impotencia, tan fuerte que me hacía daño. Sentía cómo me aferraba, involuntariamente, al suelo al que le era indiferente mi presencia. Me encontraba lleno de rabia, y ésta se debatía mi cuerpo contra el frío cruel que provenía del piso. Me quería arrancar la cabeza con una agresividad brutal. Ser brusco conmigo mismo era la respuesta a mis problemas, o eso pensaba yo. No podía hacer nada, no podía moverme. Mi cuerpo no respondía a mis órdenes, era yo quien le servía a él. No tenía control sobre nada, ni siquiera sobre mi propia vida.

Tirado en el piso me di cuenta de todo. Nunca había podido quererme, amarme, porque siempre me enfocaba en todo lo negativo, lo sucio, lo vil, lo detestable de este mundo. Era imposible contenerlas dentro por mucho más, las lágrimas comenzaron a bañar mi cara, pálida, y en ella se reflejaba la oscuridad peregne de la noche. Boquiabierto escuchaba cada latido proveniente de lo más profundo de mí y respiraba tan hondo que por un momento pensé que me tragaba al mundo de un sólo respiro.

Todavía bajo el efecto, creía comprender todo. Mientras esperaba a volver en razón, aún inmóvil y sólido sin poder moverme, aquel episodio me causaba una risa, tal véz, desquiciada. Había llegado a un punto en el que ni yo podía explicar o excusar lo ocurrido. Un día muy extraño y una serie desafortunada de eventos que me habían empujado a mis límites.

 Ahí, echado en la azotea, me rendía, totalmente, ante mi más grande enemigo... yo mismo.


[Al ritmo de Rain & Snow - Sam Amidon]

Thursday, October 13, 2011

Juegos místicos

Nunca me había puesto a pensar en la muerte. Realmente, nunca le había dado importancia ni mucha cabeza al asunto. Pero, si de algo estaba seguro, era de que sólo le temía a lo desconocido, a nada más.

Recuerdo haber dejado mi casa a las 11:45pm. No eran horas para salir a pasear y menos en un día de semana, me repetía esto, constantemente, a mí mismo, como si ello fuera a impedir mi escape. La carga de sentimientos que tenía encima no planteaba marcharse pronto, tenía que deshacerme de ella. Flotaba por calles desoladas, mi cabeza en un sitio y mi cuerpo en otro, en las que me era imposible encontrar un sitio de descanso, un punto medio, un balance. Pasaba una y dos manzanas, recurría a sentir en mis dedos, y explotando mis sentidos, la cadena que ataba mi cordura. De tal manera se paseaba el amuleto que era como si bailara, entre ellos, el waltz más bello. ¿Era demencia todo esto?, esta pregunta daría vueltas interminables por mi cabeza. No paraba de recordar, con melancolía y cierta angustía, su cara. El ser más espectacular que había conocido en mi vida. La odiaba y la amaba, ambas, o quizás ninguna, con furia.

Decidí irme hasta la plaza más cercana para sentarme a observar el mundo, pensando que así escaparía de mi tortura. Parecía que poco sabía yo del Señor Destino que, convenientemente, como una nube negra y la más densa atravesaba mi pecho para dificultar mi respiración. Me empezaba a costar trabajo tragar, podía sentir como se cerraba, poco a poco pero a paso firme, mi garganta. Si tenían algo en común, mi cuerpo y mi mente, era que los dos estaban en mi contra, lo que había hecho no tenía perdón. Ningún ser, racional, podría haber lastimado, de aquella forma, a la persona que más idolatraba entonces. La vida no tenía sentido... El temor que me invadía atraía, irónicamente, aquellas palabras sucias que en algún momento abandonaron el núcleo más profundo de mí. Pero la ira, tan roja como la sangre que llegué a llorar, me impedía decir que lo sentía. Peor aún, me impedía sentir remordimiento.

Escuchaba gritos descontrolados que me recordaban aquel momento de furia que vivimos los dos. Miraba mi reloj para comprobar que sólo habían pasado cinco o diez minutos, como mucho, pero estaba equivocado. La madrugada parecía  seguir a la medianoche con apuro indecente, eran las 2:10am y apenas estaba llegando a la plaza que me serviría de distracción, que liberaría mi mente. O al menos eso pensaba yo...

Me disponía a sentarme en el banquillo más cerca, me sentía débil. Me costaba el universo entero mantenerme de pie. Y no obstante a esto, la quietud, el sosiego de mi cuerpo, me causaba una ansiedad que consumía cada onza de mi energía.
Memorias frágiles de un pasado próximo me arrebataban, lentamente, mi buen juicio. Podía ver su cara, su tez lisa y continua me avisaba de su presencia. ¿Era posible que ella estuviese ahí? ¿esperando todo este tiempo a que llegase a la plaza y le propusiera una disculpa, falsa, que no sentía? Era verdad, sabía que le había hecho daño, pero no lo sentía. No me daba la más mínima lástima, sólo lamentaba la perdida de su compañía y a veces me preguntaba si esa era una de las características más inhumanas que yo tenía, extrañar la presencia y no la escencia.
Nada de lo anterior importaba, ella estaba ahí. Yo no estaba loco, de eso estaba seguro. Parada a lo lejos me hacía una seña de aproximación, no vacilé en levantarme y adentrarme a lo que podría ser la peor de nuestras batallas.

Una de las cosas que más me gustaba de ella, o de mi o de nosotros, era que podíamos comunicarnos, simplemente, dándonos miradas. Las palabras formaban parte de un recurso exhaustivo que nos parecía innecesario, y tal véz parte del problema. Aunque yo pareciese estar rindiéndome, la persecución no era más que la respuesta, tan añorada, a mi búsqueda por la clausura, por concluir con toda aquella maraña de inexplicaciones.

Sin decir nada, ella comenzó a acelerar el paso. Me mostraba, tímidamente y mediante sus ojos brillantes, que aún me quería, que no iba a darle a importancia a lo sucedido, que podíamos seguir siendo uno. Yo, indeciso, la seguía. Agitado, me intrigaba aquello que pudiese estar guardándose para sí. Por un momento, imaginaba nuestros labios rozándose y ello me traía una sensación exaltante.
Me extendió una invitación a su aventura, y yo me daba prisa para mantener su ritmo. Su mano, lisa y ligeramente aterciopelada, estaba helada, a una temperatura casi inmortal. Sin embargo, al tocarla me transportaba a otra dimensión, podía sentir como el peso de mi cuerpo se elevaba y me dejaba correr detrás de ella con una facilidad indescriptible.

Me soltó repentinamente y yo volvía a la realidad, pero seguía viéndola delante de mí, danzando como un ángel haciendo picardías en la tierra. Su inocencia me seducía, de tal forma, que mi mente no era ya parte del juego. Bajaba las escaleras y yo imaginaba que ella se desplazaba sobre ellas. No parecía, en lo absoluto, que estuviese poniendo esfuerzo, alguno, en transitarlas. Con la cabeza y la mirada me dejaba saber que cruzaríamos, ella me apuraba, quería que fuese a su lado, pero no podía ir más rápido. Levantaba el brazo para, por fin, tocarla de nuevo y en el segundo que cruzaba la plaza, cuando podía sentir las yemas de sus dedos, se desvaneció. Yo miraba a diestra y siniestra para comprobar, en mi desgracia, su ausencia. Era imposible. ¿A dónde había ido? ¿por qué me hacía esto?.
No fue necesario esperar mucho más para que yo cayese en cuenta. No había sentido dolor y todo pasó muy rápido. Un destello blanco y un aire frío que lograba incrustarse en mi piel.

Era obvio, ¿no?. Un juego místico y mortal por parte de mi imaginación, un mero espejísmo urbano...