Tuesday, November 15, 2011

Página arrancada de un pasado próximo

16/Nov/11

Una voz quebrada en mi cabeza me repite, una y otra vez, la misma frase "no te hagas esto, no". Otro largo y frío día de otoño en el que no podía esperar más que llegar a casa para descansar y contártelo todo. Hoy me sentí más vulnerable que nunca, tan débil como aquel día. No te lo había dicho, quizás buscaba no preocuparte pero, las encontré en uno de los cajones. Las mismas, las mismas pastillas que había dejado allí hace unos años.

Me había negado a recordar, o tan sólo comenzar a pensar, dónde estaban. Pero siempre supe su ubicación. No tuve el valor para tirarlas a la basura, y mucho menos a tocarlas después de todo el daño que me habían hecho. A mí, a tí, a ambos...

Está empezando a llover, lentamente las gotas cortan el aire invernal de éste mes. Sé que no es lo que quieres oír en estos momentos, o leer en tal caso. Pero pensé que interesaría saber lo que está pasando ahora mismo. Seguro piensas mal de mi y te imaginas lo peor. La verdad es que no sé como decirte esto y al mismo tiempo siento que lo sabes todo desde la primera línea. ¿Hay algo que, realmente, tenga que decirte? ¿soy tan impredecible?... Creo que tú me conoces mejor.

Estaba tan cansado, asqueado y agobiado de todo, sí de todo. Hasta el pensar en tí y cómo te diría todo me ponía de mal humor... Destape las pastillas, y seguían ahí, inmóviles, como si nada hubiese cambiado. Pero yo no soy igual, sé que no. Me levanté y las llevé conmigo al lavamanos, era hora de terminar con ellas. Sin embargo, no pude. 
Me había quedado en blanco, tan blanco como ellas. Me costaba muchísimo trabajo tragar, estaba frío, helado, y me puse muy nervioso, tanto que comencé a hiperventilar. Fue en ese momento cuando más te necesité y tú no estabas ahí. No lo pude evitar más, me tomé tres sin pensarlo. No habían pasado cinco minutos cuando comenzaba a sentir el efecto de los químicos en el cuerpo. Quería culparte, por tu ausencia, no estabas para apoyarme cuando menos poder tuve sobre mí mismo.

Las volví a esconder, donde siempre, en el mismo cajón. Veía de un lado a otro, paranoico, como si hubiesen otras ánimas en mi habitación. Estaba sólo, y otra vez te culpo. Con la espalda apoyada en la cama miraba al techo y me imaginé como se abría y me daba paso a volar por el cielo oscuro lleno de estrellas. Sentía la lluvia empapándome la cara, cada gota tan helada como un cubo de hielo, pero el agua me acariciaba, estaba tan relajado, nada me importaba. Desde el suelo alcancé las pinturas que tenía y me empecé a pintar la cara, cada color era una gota de lluvia distinta, un sentimiento, una historia. No eran las pastillas las que me hacían más nervioso, era el hablar contigo, o escribirte, al menos. Tu presencia me intimida, sé que me has ayudado, pero te odio. No te aprecio porque me restringes, no me dejas ser yo, no me das libertad.

Me tiré en la azotea para tratar de respirar más fácil, el pecho me pesaba, se aceleraban mis pulsaciones, estaba tenso, preocupado por todo y nada. Sentí que el aire que respiraba me limpiaba por dentro y me hacía alguien nuevo, aún no sé si era cierto, me parecía un sentimiento, más bien, conocido. Ahora sé que era todo falso, una ilusión psicotrópica más. ¿Cómo era posible que en tan fría noche yo estuviese sudando? No lo entendía, estaba desesperado, apurado por salir de aquel trance en el que yo mismo me había metido. Por un momento me sentí listo para ir al cielo porque no sé si merezco estar aquí.

Angustiado y furioso cerré los ojos para evitar llorar de la impotencia, tan fuerte que me hacía daño. Sentía cómo me aferraba, involuntariamente, al suelo al que le era indiferente mi presencia. Me encontraba lleno de rabia, y ésta se debatía mi cuerpo contra el frío cruel que provenía del piso. Me quería arrancar la cabeza con una agresividad brutal. Ser brusco conmigo mismo era la respuesta a mis problemas, o eso pensaba yo. No podía hacer nada, no podía moverme. Mi cuerpo no respondía a mis órdenes, era yo quien le servía a él. No tenía control sobre nada, ni siquiera sobre mi propia vida.

Tirado en el piso me di cuenta de todo. Nunca había podido quererme, amarme, porque siempre me enfocaba en todo lo negativo, lo sucio, lo vil, lo detestable de este mundo. Era imposible contenerlas dentro por mucho más, las lágrimas comenzaron a bañar mi cara, pálida, y en ella se reflejaba la oscuridad peregne de la noche. Boquiabierto escuchaba cada latido proveniente de lo más profundo de mí y respiraba tan hondo que por un momento pensé que me tragaba al mundo de un sólo respiro.

Todavía bajo el efecto, creía comprender todo. Mientras esperaba a volver en razón, aún inmóvil y sólido sin poder moverme, aquel episodio me causaba una risa, tal véz, desquiciada. Había llegado a un punto en el que ni yo podía explicar o excusar lo ocurrido. Un día muy extraño y una serie desafortunada de eventos que me habían empujado a mis límites.

 Ahí, echado en la azotea, me rendía, totalmente, ante mi más grande enemigo... yo mismo.


[Al ritmo de Rain & Snow - Sam Amidon]

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