Friday, August 26, 2011

Laura, inmóvil [from Overlapped Stories, I]

El tren de las 10:47 de esa noche empezaba a disminuir la velocidad y Laura podía sentirlo. Lo sentía aunque estuviese intentando dormir, más que eso, descansar, vaciar la mente… Pero no podía dejar de pensar, su cerebro seguía funcionando a toda máquina contra la voluntad de su cuerpo.


Laura inevitablemente se encontró recapitulando todo lo que había hecho ese día. Había estado por cuestiones de trabajo en Liverpool con su jefe, el Sr. Peterson, y otros compañeros de la oficina. Pensaba en todos los pueblos que había pasado en el tren de ida y vuelta; en sus habitantes, en las miles de historias que existían detrás de cada uno. Pensaba en ellos, en el grupo de amigos veinteañeros que planeaban a toda voz su próximo viaje a Cannes, los imaginaba en un catamarán disfrutando al máximo del clima del Sur de Francia, del vino, del mar, de la vida. Pero nada de eso importaba, Laura se recompuso mentalmente, pues comenzaba a sentir emociones encontradas floreciendo, y se animó al pensar que faltaban, como mucho, 20 minutos para llegar a su casa después de un día verdaderamente largo.


Un movimiento algo brusco y un sonido agudo, ensordecedor, llamó la atención de la delgada mujer, haciéndole abrir sus ojos verdes, perforadores, de golpe y despegarse por completo de la ventana del tren. La gente alrededor de Laura comenzó a girar cabezas y a preguntarse, sin hablar, pero con miradas misteriosas, qué ocurría. Todos sabían que definitivamente esta no era la siguiente parada, era muy pronto, apenas habían dejado la estación anterior.


Sin embargo, ninguno dentro del vagón pudo hacer nada. La imponente neblina había estado más densa que nunca aquel 23 de noviembre e imposibilitaba a cualquier mirada curiosa, saber lo que pasaba fuera, ser satisfecha. Después de dos abrumadores e impacientes minutos, el conductor del tren decide hablar con una voz cordial y falsamente serena: “Señores pasajeros, en nombre de la compañía lamento informarles que el tren ha sufrido una pequeña falla técnica, debido a la inesperada lluvia de esta noche. En breve continuaremos con el viaje”.


Esto último no le hizo gracia a Laura, por decir poco. Sentía frustración, estaba tan cerca, pero tan lejos, de llegar a su lugar de descanso; tan cerca, pero tan lejos, de acabar con ese día. “Media estación, media estación”, pensó Laura, a su vez sacudiendo con un movimiento de cuello la impaciencia, el agobio y el cansancio que reinaban sobre ella.


Al cabo de 13 minutos y 47 segundos (su impaciencia había encontrado un placer bizarro en contar el tiempo) el tren comenzó a moverse. Sin querer, se quedó dormida por los 18 minutos restantes de su viaje. “Watford Junction”, llamó el conductor. Laura lo escuchó concientemente, pero no parecía estar en capacidad de abrir los ojos, levantarse y abandonar el tren. Las puertas del vagón se abrieron rápidamente para dar paso a una inclemente brisa fría, helada, más bien. El viento se empezó a repartir por el vagón precipitadamente, invadiendo primero sus tobillos. Laura se levantó de un salto, se apuró a través del pasillo para salir del tren, justo antes de que inevitablemente se volviesen a cerrar sus puertas. Casi pudo sentir la punta de su blazer atascada en ellas, pero la prisa con la que dejó el tren no le permitió pensar mucho más en ello. Se sentó en uno de los banquillos del andén mientras sacaba su bufanda y guantes de la cartera. Además, Laura necesitaba recuperar el aliento por lo rápido que había abandonado el tren.


La caminata atravesando la estación de tren le parecía eterna a Laura, los pasillos se alargaban con cada paso que daba. El aire frío corría libre y desencadenado, soplando fuerte hacia ella cuando Laura menos se lo esperaba. Con los brazos cruzados contra su cuerpo sujetaba su abrigo para no exponerse a la intemperie. Caminaba rápido, sus tacones parecían perforar sus talones con cada paso. No podía más con su alma, el cansancio se apoderaba de ella, le impedía seguir unos minutos más, unos minutos en los que estaría en casa. Apresurándose, vio la luz de su edificio, Laura sentía alivio, aunque sabía que debía batallar los últimos pasos hasta echarse en su cama. Una, dos, tres cuadras. Laura lo había logrado. Abrió la puerta de su apartamento en el 2do piso para quitarse los zapatos en la puerta, fue lo primero que hizo.


Siguió por el corredor, giró a la izquierda y se sentó en el sofá, el cual notaba más frío de lo normal, pero no le quiso dar más importancia, una voz lejana en su cabeza le decía: “Quizás una ventana abierta, algo con una explicación lógica, obviamente”. Todo a su alrededor le parecía un poco más blanquecino, se imaginó que sería por lo exhausta que estaba. Reposó la cabeza hacia atrás y sentía que estaba contra una pared desnivelada, de ladrillos tal vez. Esto último le pareció bastante extraño. Decidió dejar pasar todo e inactiva se dijo a sí misma: “En cinco minutos me voy a la cama, sólo necesito esto, cinco minutos, cinco minutos de tranquilidad”.


Laura abrió los ojos lentamente y una luz blanca, cegadora, le impedía incorporarse pronto a la realidad. Le parecía estar frente a un reflector. Estaba desconcertada, confundida, preocupada. Al tener los ojos completamente abiertos se quedó perpleja, paralizada, no podía creerlo. Le causaba risa y rabia e impotencia al mismo tiempo. Pensó: “Cómo podía habérsele ocurrido semejante…? Pero, estaba tan casada, muerta casi”. Laura no se había movido. Seguía ahí. Quieta, inmóvil, en el banquillo en el cual había decidido ponerse su bufanda y guantes. Atravesar la estación, caminar las tres cuadras, llegar a su casa, quitarse los zapatos, echarse en su sofá… Todo había sido un sueño.

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