Friday, August 26, 2011

Mark, embriagado [from Overlapped Stories, II]

Un sueño extraño había despertado aquella fría mañana a Mark, veinteañero, profesional, de tez blanca, pelo rubio sucio y ojos color café. “Algo de luces blancas y trenes… Algo así” se repetía mientras se cepillaba los dientes antes de salir al trabajo, tratando de recordar lo que había soñado.


Esa mañana la ciudad era más caótica de lo normal y no le hacía gracia alguna a Mark, quien ya estaba de mal humor por un café hirviendo que se le había derramado encima antes de salir de su casa. Gente a diestra y siniestra comprando regalos de última hora. Era la mañana del 24 de diciembre.


Por el anormal estado navideño de semejante día, Mark encontró más bien problemático, el camino a su oficina, generalmente sólo era ocupado por profesionales apurados en llegar a sus destinos. Después de las usuales nueve estaciones en la Central Line del Underground, llaman su estación “The next station is Liverpool Street”. La masa de gente que entraba y salía al mismo tiempo del vagón, era una lucha involuntaria en la que Mark se vio atrapado y de la que, afortunadamente, logró escapar entre gritos que se quejaban por tener que esperar tres minutos y cuarto al próximo tren. “Vaya problema”, pensó Mark, cínicamente, aunque estaba seguro de que si hubiese sido él quien no se montara en el tren, estaría tan molesto o más que aquellos abandonados en el andén.


Llegar del punto A (las escaleras mecánicas que conectaban el subterráneo con la superficie) al punto B (la puerta de salida de la estación a la calle) se convirtió en una tarea que requería más que un par de cualidades físicas. Esa mañana Mark se tomó siete minutos en abandonar la estación, cuando en días ‘normales’ le tomaba como mucho unos dos minutos y medio.


El mundo parecía conspirar contra él. “Me cae café en el pantalón antes de salir de casa y ahora esto”, pensó. “Totalmente un complot del Cosmos”.


Y quizás así fue. Ese día un autobús double-decker pasó frente a Mark para salpicarlo con la lluvia restante de la noche anterior. Afortunadamente se había cambiado de traje (del color crema, sucio de café, al negro resistente a todo, lo que a su vez le evitó ser la burla matutina de la oficina).


En uno de los cruces peatonales de su camino, una moto, que salió de la nada, amenazaba contra la vida de Mark. Ahí se quedó, paralizado, sin decir nada ni moverse. Había, de alguna manera, aceptado el hecho de que iba a ser atropellado. Se imagino rápidamente a sus amigos visitándolo en el hospital, a sus padres trayéndole sopas hechas en casa y horas interminables de mala televisión. Todo pareció ser un flash de pensamientos pesimistas hasta que una chica, apenas más baja que él y con unos ojos azules embriagadores, le dio un halón de brazo para evitar que él fuera el triste titular de la sección de sucesos del periódico del día siguiente. Así que sí, definitivamente un complot de los Cosmos.


Mark había llegado sano y salvo a su oficina, aún pensando en la chica con los ojos azules embriagadores. Nunca había visto un azul tan azul, un azul en el que cualquiera, Mark estaba seguro de que por lo menos él, podría perderse. Se apuró en entrar al ascensor que casi pierde para encontrarse en una situación bastante fastidiosa. No sólo era un ascensor lleno con doce personas, sino que uno de los hombres que lo abordaba había decidido que sería buena idea leer plenamente el periódico como si estuviese en su casa un domingo echado en la silla más cómoda.


Un repentino “ting”, más estereotípico de ascensor imposible, dejó saber que estaban en el piso 7, el de la oficina de Mark. Éste logró escapar del ascensor después de varios incómodos “disculpe”, “perdone” y “con permiso”. Mark no había llegado a la oficina en sí y ya estaba de muy mal humor, en realidad, fastidiado por la desconsideración de la gente que lo rodeaba. “La estación, el ascensor”, pensaba, “¿qué se creen?”, murmuró entre dientes, pero recordó a la chica que le había salvado la vida minutos antes y sonrió, olvidó sus males por el resto del camino a su cubículo.


Mark había pasado el resto del día bastante bien. En realidad era un día ordinario, un día más de rutina. Repartía su tiempo equitativamente entre trabajar, revisar su correo y mirar por la mojada ventana cómo la gente caminaba sin darle importancia alguna a los demás a su alrededor, imaginándose historias ficticias que se desarrollaban justo allí, en la calle.

A la hora del almuerzo Mark bajó con Charlie y John al pub de la misma calle, donde los tres pidieron el menú ejecutivo, no tenían tiempo ni ganas de ver la carta completa y, mucho menos, de empezar con el fastidioso, pero seguro: “ Y la ensalada de huevo y calabaza ¿qué trae exactamente?” de Charlie, quien estaba obsesionado con la comida y sus componentes. “¿Por qué le pondrán ese nombre?, mejor es preguntar”, solía decir en cada ocasión.


Mientras comían, Mark le contó a sus amigos detalladamente lo que le había pasado esa mañana, haciendo hincapié en el cuento de la chica de los ojos azules. Lo hizo con tanta pasión que, inevitablemente, estos se rieron de él. Charlie por poco se ahoga con las patatas fritas del plato, desdibujando rápidamente una sonrisa burlona y John simplemente evitó verlo directamente a la cara para no reírse descaradamente.


Pasados 45 minutos después del almuerzo y de vuelta en la oficina, Mark decidió bajar corriendo por un té, no estaba seguro de poder quedarse despierto por el resto de la jornada sin este. Estaba listo para regresar a su trabajo, ya había pagado su usual Chai Tea Latte y esperaba por él cuando de la nada, ahí estaba. Ahí estaba ella. La chica de los ojos azules embriagadores, justo en el mostrador pidiendo un “Tall White Mocca por favor”, Mark se rió, pues esta era una de sus bebidas favoritas.


Mark era de aquellos que no encontraban el valor de hablarle a un completo extraño. Pero para Mark, ella no lo era, después de todo lo había salvado de casi ser atropellado. “La conozco, ¿no?”, se repetía a sí mismo para ganar confianza. Había pasado minuto y medio. Seguía frío, con la mente en blanco, no podía pensar en nada. “Una excusa, algo…”, vacilaba en su mente, mientras le exigía a sus labios moverse y decir algo apropiado. De una u otra forma tenía que hablarle, le pasaría por al lado al salir y sería: primero, muy maleducado de su parte no decir siquiera “gracias” y segundo, patético, simplemente ignorarla, cuando él sabía que ahí había algo más.


“Chai Tea Latte para Mark”, llamó el chico que entregaba las bebidas. Mark lo recogió y armándose de valor se dirigió hacia la salida, hacia ella…


Respiró hondo y tímidamente dijo: “hola”. Vaciló un poco con una sonrisa mínima, pero presente: “¿Trabajas por aquí?”.


La chica de los ojos azules giró la cabeza y con asombro, pero contenta de lo sucedido, respondió: “Isabella”, extendiendo la mano para presentarse, “y sí trabajo en ese edificio, en la Torre de allá, en el piso 15", apuntando al edificio de trabajo de Mark.


Mark todavía no podía creerlo, no lo superaba. Se presentó rápidamente así mismo y se quedó frío por un momento, sorprendido porque Isabella trabajaba en su mismo edificio y embriagado por sus ojos y belleza. Nunca la había visto, no entendía cómo podía ser posible. Ahora que podía verla mejor, sin el apuro ni el peligro de ser casi atropellado, pudo detallarla en una milésima de segundo, pelo marrón claro liso, piel blanca tostada, porte clásico pero contemporáneo, con una inteligencia que se desbordaba por sus ojos.


“Yo también”, se apuró Mark, “ehh… yo también trabajo ahí, pero en el piso 7”. Isabella asintió amigablemente y Mark, sin más, le propuso: “¿te gustaría tomar un café…”. Se rió porque ambos tenían sus bebidas en las manos en ese instante. “… Es decir, otro, hmm esta tarde, a las 6 quizás?”. Mark podía sentir su corazón latiendo tan fuerte que le daba pena pensar en las demás personas a su alrededor que tal vez podrían estar escuchándolo.


Isabella sonrió y sin rodeos le respondió “Sí, sí, me parece genial”. Lo miró una vez más afirmándole que estaría allí a las 6 y tratando de dejarle saber lo que ella pensaba sin tener que hablar. La chica se veía contenta, emocionada, feliz. Se despidió con un “bueno, hasta entonces” y se volteó dejando sólo el rastro de su perfume. Un olor que Mark nunca más podría olvidar.


Al subir a la oficina Mark estaba en otro planeta, todo le parecía genial. La vida le sonreía, era otro hombre. John le preguntó por los próximos 30 minutos que le había pasado abajo y por qué la cara risueña, si alguien había puesto algo en su té o si había consumido algún tipo de sustancia alucinógena.


Mark le respondió: “creo que estoy casi enamorado”.

Charlie, que ya se había unido a la interrogación a Mark, le preguntó: “¿como diablos podrías estar ‘casi’ enamorado”.


“Estás o no estás, así de simple” agregó John.

Mark los ignoró y sólo les sonrió por el resto del día, esto le cayó bastante bien a los dos amigos, quienes habían tenido que lidiar con el mal humor de Mark esa mañana.

Las agujas del reloj parecían no querer dar con las 5 de la tarde para que Mark pudiese recoger todo lo más rápido posible e ir a encontrarse con Isabella. “Bella” suspiraba y se repetía a sí mismo.


“Toc” dieron las 5pm. Mark se levantó como nunca de su escritorio y estaba listo para irse. En lo que se puso de pie su jefe lo llamó con un movimiento de mano desde su oficina y le pidió ayuda para entender mejor el nuevo software con el que estaban trabajando y el cual Mark había sugerido para la oficina dos semanas atrás. Lo ayudó y resolvió todas sus dudas en un tiempo récord de 15 minutos. Al salir del cubo de cristal, que tenía como oficina su jefe, tropezó con el cable, mal colocado, de una impresora que cayó ruidosamente en el piso, causando un desorden que no podía ignorar. Se quitó su bolso y el saco, poniendo todo en orden. Hoy no quería que nada saliera mal. No le importó gastar otros 20 minutos en ello. Tenía suficiente tiempo.


En el camino de la oficina al vestíbulo del edificio, Mark se preguntó si Isabella hablaría francés. Él tan sólo podía balbucear unas palabras que había aprendido en los últimos dos años de la universidad, pero siempre había querido conocer a una chica así de hermosa, inteligente y con pasión por otras lenguas.


Mark salió de la oficina y su reloj marcaba las 6:40, se preocupó. Repentinamente el mundo parecía venirse abajo, pero tan rápido como vino esa preocupación, así se fue al recordar que nunca lo había cambiado desde que terminó el horario de verano, entonces eran las 5:40, todo estaba en orden. El universo no se iba a acabar.


Empezó a caminar rápidamente para llegar a una librería que quedaba a cinco minutos, entró y compró una libreta que ya había tenido en mente por un par de meses, con un mapa de París. Pues siempre había querido comprar una, para poder compartir los lugares y cuestiones de interés con alguien especial. Mark se despidió del cajero con un “Merci” y una sonrisa. Corrió de vuelta al café donde había quedado con la chica de los ojos azules embriagadores, quería escoger una mesa estratégica lejos del ruido y de la gente pero lo suficientemente iluminada como para poder apreciar en su totalidad la belleza de Isabella.


“Isabella”, exclamó Mark, levantándose y moviendo una silla para que esta pudiese sentarse. Sus ojos azules habían iluminado todo el café. Ni la oscuridad más oscura podría opacar ese brillo radiante.


“Mark”, asintió la chica con la cabeza y con un tono de voz que Mark describió como “único y cautivador” a sus amigos el día siguiente.


Después de un rato de formalidades, Mark se había desecho el nudo de la corbata y acercado hacia Isabella. Ella le confesó: “Me encanta París, a veces no sé con quien hablar de ella, aunque debo admitir que soy muy Londres”, haciendo énfasis en “Londres”. Mark no hallaba palabras para decirle que el se sentía de la misma manera, pero creyó que sus asentimientos de cabeza fueron lo suficientemente marcados como para dejar ese punto claro.

Se acercaba la noche y ellos seguían ahí, en el café.


Mark e Isabella hablaban como si se conociesen de años. Las calles estaban desoladas, probablemente todos estaban en sus casas teniendo cenas navideñas, pero la pareja seguía ahí, interesados uno en el otro, con una intensidad especial.

Finalmente la luz de toda la atmósfera había tocado su punto perfecto, pues era de noche pero aún se podían apreciar las figuras de la calle sin necesidad de luces.

En pleno crepúsculo Mark decidió tomar a la chica de los ojos azules embriagadores de la mano.


“Isabella”, le dijo, aclarando su voz un tanto nervioso pero seguro, por primera vez en mucho tiempo, de lo que hacía.

“Bella je t’aime”.


La chica sonrió lenta, pero instantáneamente, y acercándose a él le susurró al oído:
"Mark, moi aussi je t'aime"
.

Era cierto. Todo lo que había escuchado alguna vez era verdad.
El amor sí existía.

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